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martes, 29 de junio de 2010

Cuidándoles

Ayer mi hija me indicó este vídeo para que lo viera. Es muy interesante, yo no soy enfermera pero me reconozco en muchos de los comentarios de la protagonista e identifico situaciones y sentimientos que vivimos aquí a diario.

El director es EDUARDO SOLER y el guión está escrito por JAVIER ERCILLA & EDUARDO SOLER


miércoles, 23 de junio de 2010

La lucidez de la demencia

Demencia

Tenemos en el centro varias personas con demencia, alguna de ellas incluso con PEG  que es una sonda de alimentación que se inserta quirúrgicamente a través de la piel del abdomen  hasta el estómago y que se utiliza cuando una persona tiene dificultad para tragar, con mucha frecuencia debido a algún ACV (accidente cerebro vascular). Hace unos días una de ellas estaba hablando con un tono bastante elevado con la auxiliar que le atendía y desde mi despacho pude oír la conversación. Reconozco que me entraron ganas de grabar lo que estaba diciendo para que lo escucharan sus hijos pero luego pensé que a ellos les podría parecer una crueldad oír lo que su madre en un momento de total lucidez estaba relatando. Decía que quería morirse porque al fin y al cabo no podía andar, no hablaba bien y ni comer podía "¿qué pintaba ella en la vida?" En algunas ocasiones  hemos comentado en el centro el tema de la eutanasia y yo siempre he defendido que nadie puede garantizar que una persona que hoy quiere morirse mañana no encuentre una razón, aunque sea pequeña, para no hacerlo.  Todos los días, sin faltar uno,  vienen a verla sus dos hijos, pasean con ella en su silla de ruedas y pasan toda la tarde juntos. Me consta que la relación era muy estrecha entre los tres antes de que ella enfermara. Llevamos varios días pensando en qué razón podríamos darle a esa persona para mitigar sus ganas de morir. Cuando le atendemos le hablamos de sus hijos, de su pueblo, de su casa, de las lechugas que plantaba, de los chorizos que hacía cuando estaba bien.......ella,  con monosílabos nos contesta pero........ no con la lucidez ni la coherencia de hace unos días.

lunes, 21 de junio de 2010

Mi querido Alzheimer

Alzheimer

Hoy comienza el verano, no hace calor pero el sol brilla y las flores están en todo su esplendor. Aquí en el Centro se notan los cambios estacionales tanto ahora como en invierno. Los residentes suelen estar más alterados, a algunos no les sienta bien que haya tantas horas de luz, a otros les gusta salir a la puerta por las tardes y estar de tertulia, lo que llaman aquí “la solana”. El viernes ingresó un señor con Alzheimer pero con una sonrisa de oreja a oreja, parece un niño feliz. Siempre digo que se cuida mucho mejor a las personas asistidas con demencia que a las que se consideran válidas. Para nosotros es mucho más fácil controlar a esas personas que intentar hacer entender a las otras lo que está bien para su salud. La persona con demencia es mucho más receptiva al cariño, más dócil a la hora de recibir cuidados, comen lo que deben comer, mantienen la higiene que nosotros creemos oportuna, si tienen que pasear pasean y si tienen que protestar y enfadarse lo hacen, sabiendo nosotros que esa protesta casi siempre está justificada. Viven en su mundo, un mundo ajeno a todo lo que les rodea pero que nos transmite mucha dulzura y bondad. Nos reconocen, no saben cómo nos llamamos pero sí que somos su referente, no nos dan los buenos días pero sí nos regalan casi siempre una sonrisa. El Alzheimer es una enfermedad que poco a poco impide que nuestro cuerpo realice sus funciones, ellos nos necesitan para todo y en el fondo lo saben o al menos se sienten bien cuando les damos de comer, cuando les limpiamos o cuando aliviamos alguna molestia. Nuestros cuidados son profesionales pero con un componente de cariño del que no podemos desligarnos. Ellos poco a poco van olvidando a sus seres queridos, van dejando de reconocerlos pero sin embargo responden a nuestras voces, a nuestros gestos y nos buscan cuando necesitan algo. Todos decimos que para vivir así es mejor no hacerlo, sin embargo creo que en el mundo faltaría algo sin estas personas que nos hacen reflexionar diariamente y ser mejores personas.

jueves, 10 de junio de 2010

Comprender el paso del tiempo

Hoy me gustaría poner una reflexión sobre la vejez que escribí hace un mes para un certamen.




COMPRENDER


Hace un tiempo, cuando las personas mayores se quejaban de no poder viajar, de no poder ir en metro y de no poder subir a un autobús, yo pensaba lo quejicosas que eran y la cantidad de manías que tenían. Iba al médico y no entendía cómo había tanto jubilado en las consultas, me parecía que era una manera de gastar el tiempo que les sobraba. Veía a los abuelos en los parques quejándose de no poder controlar al chiquillo de tres años que corría de un lado para otro y pensaba que cuando yo fuera mayor estaría encantada de hacer esa labor. Presenciaba cuando la persona mayor, harta de tantas prohibiciones dietéticas, se comía con ansia infantil un dulce, a sabiendas de que no podía hacerlo, y me decía a mi misma en tono despectivo que se volvían como niños. Observaba cómo dejaban de leer por la pérdida de visión y no entendía que unas buenas gafas no remediaran ese asunto. Para qué contar el tema del volumen de la tele, cómo no iban a poder oír. Veía a mi abuela dar vueltas y vueltas a la casa buscando el monedero, las llaves o el pañuelo, daba igual, todos enfadados buscando el objeto perdido. Los sueños y las ilusiones eran para los jóvenes, los mayores ya tenían su vida hecha. Cumplir 65 años me parecía una edad más que suficiente para dejar de trabajar.

Hace algo más de veinte años vi morir a mi madre sin haber llegado a cumplir los cincuenta. Recuerdo que todo el mundo comentaba lo pronto que se había truncado su vida. Sin embargo, con esa creencia de poseer yo toda la juventud y no ella, pensaba en voz baja que no era tan joven.

No he entrado aún en lo que todo el mundo llama “tercera edad” y que a mí personalmente me gusta llamar “mayor”, tengo 51 años, pero cuando viajo en tren siempre me fijo en el hueco que queda entre el vagón y el andén para no meter el pie y tener un accidente. Me he vuelto un poco hipocondríaca y pregunto al médico la causa de cada dolor o molestia que siento. Me siguen gustando los niños pero soy incapaz de seguirles su ritmo. Puedo comer de todo pero debo controlarme y confieso que no siempre lo consigo. Sin gafas no veo de cerca y, sin embargo, hasta hace poco no he tomado la decisión de tenerlas continuamente. Mis hijas me preguntan cada día si estoy sorda. Ya no me puedo fiar de la mal llamada “memoria fotográfica” porque se conoce que el revelado ya no es de tan buena calidad como antaño. Cada día me levanto con un nuevo o antiguo sueño e incluso con pequeñas ilusiones que probablemente no se cumplirán, pero que hace que todo tenga un sentido. Veo a mucha gente jubilada que podría haber seguido aportando valía, madurez, ganas y experiencia, y se encuentra o se siente condenada al olvido.

Hace cinco años falleció mi padre, escritor y periodista, con setenta y tres años, y yo, aquella que creía que mi madre era mayor, le decía a todo el mundo que mi padre era muy joven para morir, que todavía le quedaba por escribir su mejor novela.