Funcionamiento y reflexiones sobre la vida diaria de una residencia para personas mayores.
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martes, 15 de febrero de 2011
Al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos
Eso dice el refrán, en algunos casos yo añado que hay hijos que además de padres tienen tíos. Hoy les dije a las auxiliares que me fueran diciendo los nombres de los residentes con comportamientos más peculiares, con o sin demencia. Cuando terminaron de enumerarlos les pregunté que tenían en común, se quedaron pensando y se dieron cuenta que todos los que habían nombrado eran solteros o solteras sin hijos. Cuando las personas mayores ingresan en una residencia, en algunos casos, tienen momentos malos y tiranos con la familia y con el centro, piensan que no se les quiere y que por eso están allí, se rebelan, se enfadan, y cogen alguna que otra rabieta como si de niños pequeños se tratara. Sin embargo si se tienen hijos, estos hijos ponen el punto de discusión y el de concordia actuando eficazmente como mediadores. No ocurre esto cuando la persona mayor no ha tenido hijos, suele ser una persona acostumbrada a estar sola, a hacer con su vida todo sin consultar con nadie y a que nadie le diga lo que está bien o mal. Para los sobrinos cuidar de sus tíos es complicado y tenso, tienen que ponerse de acuerdo en las decisiones hacia ellos perteneciendo incluso a núcleos familiares distintos, y al mismo tiempo hacerle entender que todo está hecho en su beneficio y con todo el cariño. Sin embargo ellos no aceptan las normas, recurren con mucha frecuencia al chantaje emocional, a pregonar que no tienen a nadie en el mundo y que los sobrinos no les quieren. Esa soledad diaria en la que han vivido les hace mucho más intransigentes y menos flexibles en cualquier situación. Uno de los problemas que padeceremos todos según vamos siendo mayores, es la agudización de nuestras manías y nuestros hábitos. Según pasen los años seremos más maniáticos y obsesivos. Los psicólogos que han estudiado este tema afirman que son determinantes la edad y el lugar que se ocupa en la sociedad. La convivencia obliga a la flexibilidad y a ceder frente a los demás, por esta razón las personas que viven solas tienen unos hábitos de vida mucho más rigurosos. Si a esto sumamos la edad y la falta de un vínculo familiar potente y directo nos encontramos con mucha frecuencia con comportamientos atípicos y complejos, muy difíciles de contemporizar con el comportamiento del resto de los residentes.
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