Hoy me gustaría poner una reflexión sobre la vejez que escribí hace un mes para un certamen.
COMPRENDER
Hace un tiempo, cuando las personas mayores se quejaban de no poder viajar, de no poder ir en metro y de no poder subir a un autobús, yo pensaba lo quejicosas que eran y la cantidad de manías que tenían. Iba al médico y no entendía cómo había tanto jubilado en las consultas, me parecía que era una manera de gastar el tiempo que les sobraba. Veía a los abuelos en los parques quejándose de no poder controlar al chiquillo de tres años que corría de un lado para otro y pensaba que cuando yo fuera mayor estaría encantada de hacer esa labor. Presenciaba cuando la persona mayor, harta de tantas prohibiciones dietéticas, se comía con ansia infantil un dulce, a sabiendas de que no podía hacerlo, y me decía a mi misma en tono despectivo que se volvían como niños. Observaba cómo dejaban de leer por la pérdida de visión y no entendía que unas buenas gafas no remediaran ese asunto. Para qué contar el tema del volumen de la tele, cómo no iban a poder oír. Veía a mi abuela dar vueltas y vueltas a la casa buscando el monedero, las llaves o el pañuelo, daba igual, todos enfadados buscando el objeto perdido. Los sueños y las ilusiones eran para los jóvenes, los mayores ya tenían su vida hecha. Cumplir 65 años me parecía una edad más que suficiente para dejar de trabajar.
Hace algo más de veinte años vi morir a mi madre sin haber llegado a cumplir los cincuenta. Recuerdo que todo el mundo comentaba lo pronto que se había truncado su vida. Sin embargo, con esa creencia de poseer yo toda la juventud y no ella, pensaba en voz baja que no era tan joven.
No he entrado aún en lo que todo el mundo llama “tercera edad” y que a mí personalmente me gusta llamar “mayor”, tengo 51 años, pero cuando viajo en tren siempre me fijo en el hueco que queda entre el vagón y el andén para no meter el pie y tener un accidente. Me he vuelto un poco hipocondríaca y pregunto al médico la causa de cada dolor o molestia que siento. Me siguen gustando los niños pero soy incapaz de seguirles su ritmo. Puedo comer de todo pero debo controlarme y confieso que no siempre lo consigo. Sin gafas no veo de cerca y, sin embargo, hasta hace poco no he tomado la decisión de tenerlas continuamente. Mis hijas me preguntan cada día si estoy sorda. Ya no me puedo fiar de la mal llamada “memoria fotográfica” porque se conoce que el revelado ya no es de tan buena calidad como antaño. Cada día me levanto con un nuevo o antiguo sueño e incluso con pequeñas ilusiones que probablemente no se cumplirán, pero que hace que todo tenga un sentido. Veo a mucha gente jubilada que podría haber seguido aportando valía, madurez, ganas y experiencia, y se encuentra o se siente condenada al olvido.
Hace cinco años falleció mi padre, escritor y periodista, con setenta y tres años, y yo, aquella que creía que mi madre era mayor, le decía a todo el mundo que mi padre era muy joven para morir, que todavía le quedaba por escribir su mejor novela.
Curioso:
ResponderEliminarEmpezamos a sentir cosas parecidas prima. En mi caso, me preocupa tanto no ver crecer a mi niña. Espero, necesito, 25 años mas, para verla enfilada, madura, feliz.
Y, fijate, tantas criticas, tantas flaquezas en nuestra educacion pero...¿tampoco lo han hecho tan mal para que opinemos esto? ¿no te parece?